En el ámbito de la Gran Exposición Universal de 1851, que se celebró en el fastuoso Crystal Palace de Londres, se presentaron toda clase de ingenios que pusieron la ciencia positiva en el mascarón de proa de la civilización humana. Sin embargo, no todos los inventos eran igualmente sofisticados. De hecho, algunos resultaban tan aparatosos e inútiles que más parecían propios de una feria magufa en los que acostumbran a haber muchos prefijos tipo “bio”.
Por ejemplo, el doctor George Merryweather (1794-1870) presentó un invento que había bautizado con el nombre de Indicador de tempestades. Su funcionamiento era de veras pintoresca.
En el indicador de tempestades, al menos una de las sanguijuelas introducidas en doce botellas de agua hacía sonar una campana cuando se aproximaba la tempestad. Presuntamente, claro. Tal y como lo explica Gregorio Doval en Fraudes, engaños y timos de la historia:
Merryweather estaba convencido de que las sanguijuelas subirían a la superficie, donde se encontraban las campanas, al acercarse la tormenta. Previamente, durante un año entero, Merryweather había estado probando su invento junto a Henry Belcher, por entonces presidente de la Sociedad Filosófica y del Instituto Whitby. El indicador de tempestades fue definido como: “Una de las ideas más magníficas que emanaron siempre de la mente del hombre”. El inventor sugirió al Gobierno británico la instalación de estos aparatos a lo largo de la costa, pero su oferta fue rechazada y el invento quedó olvidado.
Tan curioso, pero ésta vez muy efectivo, es la ¿Qué es un storm glass? Y la primera predicción meteorológica de la historia
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