Desde que sentí un ligero chispazo en mi intento de visitar la catarata donde supuestamente murió Sherlock Holmes, le tengo cierto miedo cerval a los alambres de espino que cercan los terrenos rurales de los agricultores y ganaderos. Sin embargo, hace más de un siglo, el alambre de espino fue el único medio de comunicación a larga distancia entre los agricultores, que aún no habían recibido la tecnología del teléfono.
En cierto modo era lógico que el alambre de espino funcionara como hoy en día lo hacen los cables de fibra óptica: en los vastos campos de cultivo de Michigan, por ejemplo, era frecuente ver cables cercando los prados, alambres dobles de acero, trenzados y con espinos, tendidos de poste a poste, cubriendo grandes extensiones de terreno. Como si conectaran entre sí las tierras de cada agricultor.
Los primeros cables llegaron a partir de 1874, cuando un agricultor de Illinois recibió la Patente de los Estados Unidos Nº 157,124 por “una nueva y valiosa mejora en los cables para vallados”. En el momento de mayor auge, los agricultores, rancheros y compañías ferroviarias estadounidenses tendían más de un millón y medio de kilómetros de alambradas al año.
Sin embargo, a diferencia de Internet, este alambre de espino no tenía el objetivo de conectar entre sí a los dueños sino de separar, delimitar los terrenos de cada uno. Hasta que miles de agricultores empezaron a alumbrar la idea de que, además de delimitar, los cables de alambre de espino también podrían comunicar, tal y como explica James Gleick en su libro La información:
Como no estaba dispuesta a esperar que las compañías telefónicas se decidieran a salir de los centros urbanos, la gente del campo formó cooperativas de teléfono de alambre de espino. Sustituyeron las grapas de metal por corchetes aislados. Acoplaron pilas secas y tubos acústicos y añadieron el alambre sobrante de sus vallados para salvar las distancias. En el verano de 1895 The New York Times informaba: “No cabe duda de que actualmente se está haciendo en muchos sitios uso de teléfonos rudimentarios. Por ejemplo, un grupo de agricultores de Dakota del Sur ha improvisado una red telefónica que cubre casi quince kilómetros de cable valiéndose de transmisores y estableciendo la conexión con el alambre espinoso usado para los vallados en esa parte del país.
Los ganaderos, pues, empezaron a volverse adictos a los vallados de alambre de espino porque era su forma de conectar con los demás, y con el mundo, tal y como lo hacemos nosotros a través de Internet. Enganchaban con fervor sus tubos acústicos para escuchar las cotizaciones del mercado, los informes meteorológicos o simplemente oírse unos a otros.
Ya a comienzos del siglo XX empezaron a resultar inquietantes los efectos no previstos que pudieran tener sobre la conducta social. El superintendente de la línea de Wisconsin mostraba su preocupación por los jóvenes, hombres y mujeres, que se pasaban “todo el tiempo haciendo que el cable echara chispas” entre Eau Claire y Chippewa Falls. “Este uso gratuito de la línea para flirtear ha alcanzado unas cotas muy alarmantes”, decía, “y si queremos que funcione, alguien tendrá que pagar por ello.
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