El otro día fui a ver La Lego película rodeado de unos 300 niños acompañados de sus respectivas figuras paternas. Antes de que diera comienzo el filme, la platea parecía una fiesta de Gremlins a las 00:30 de la noche, mojados y comiendo pollo. Pero a medida que pasaban los minutos, los niños se quedaron bastante calladitos. Creo que, en parte, no acababan de entender lo que estaban viendo. Era todo demasiado excesivo y colorista, los personajes exhibían una animación espasmódica que recordaba al kabuki, los chistes y guiños desfilaban a una velocidad inaudita y estaban entreverados de mensajes sobre política, libertad y pensamiento único, además de otras ideas complejas.
De hecho, creo que La Lego película es la mayor (y la única) película que hace apología de la creación colaborativa y vindica la eliminación de la propiedad intelectual. Y, además, promueve cierta dosis de caos sobre el orden perfecto a fin de obtener ideas más brillantes (algo así como el “tanto caos que puedas conseguir” del que os hablaba el otro día). Sí, La Lego película es el mayor y más caro publirreportaje de un juguete que haya visto jamás, pero tiene tanto estilo, tantas ideas interesantes, es tan supercaligrafilísticamente divertida, que uno se pregunta si el marketing del futuro no debería ir por eso derroteros a partir de ahora.
Sea como fuere, aprovechando el hype que aún dura de La Lego película (se avecinan muchas más entregas, y espero que en todas ellas siga apareciendo Batman), os voy a contar la historia de un niño aficionado a Lego, y de un padre que, como el protagonista de la película de marras, apostó por un poco más de tuneo personal.
Ésta es la historia de Will Chapman, que reside en Redmon, Washington. Chapman se dio cuenta enseguida de que los niños, al cumplir los diez años, perdían el interés por Lego para invertirlo en juguetes más violentos, como los GiJoe. El problema es que Lego tiene normas muy estrictas acerca de la comercialización de armas para sus personajes: salvo excepciones, no fabrica armas del siglo XX. Es decir, que podremos encontrar fácilmente un hacha, pero no un rifle Armalite AR-10 como el que Edward Norton amenaza a su jefe en Fight Club. Incluso encontraremos cañones de plasma, pero no una ametralladora de la Segunda Guerra Mundial, o el lanzacohetes de Rambo.
Habilidoso como él solo, Chapman bajó al sótano de casa y, empleando el software CAD 3-D y una pequeña fresadora CNC (una Taig 2018 que cuesta menos de 1.000 dólares) diseñó y fabricó diversos fusiles modernos a tamaño Lego. Entre otras cosas, concibió un rifle M1 de infantería y otro de francotirador. Enseguida corrió la voz, y otros adultos aficionados a Lego le pidieron más armas. Hasta que Chapman decidió poner un sitio web donde venderlas: BrickArms, tal y como explica Chris Anderson en su libro Makers:
Las piezas son más complejas que los componentes habituales de Lego, pero están fabricadas con idéntica calidad y se venden en línea por millares a los entusiastas de Lego, tanto niños como adultos deseosos de crear escenas más chulas que las que permiten los kits estándares. (…) Los hijos de Capman empaquetan las piezas que él vende directamente. Hoy en día BrickArms posee revendedores en Reino Unido, Australia, Suecia, Canadá y Alemania. El negocio se hizo tan grande que en 2008 dejó su trabajo de diecisiete años como ingeniero de software; ahora mantiene tranquilamente a los cinco miembros de su familia tan sólo con las ventas de sus armas para Lego.
Lego no ha emprendido acciones legales contra Chapman porque cree que tales elementos producen más fans, en vez de menos, incluso fans adultos, así que considera BrickArms, junto con otras empresas similares, como BrickForge y Brickstix, como un ecosistema complementario. Lego consigue así mantener su filosofía moral intacta, a la vez que obtiene beneficios indirectos de los que llenan colectivamente las brechas en el mercado.
Por eso Lego hace por lo general la vista gorda ante el enjambre de empresas creadas en torno a sus seguidores, siempre y cuando no violen la marca comercial Lego y adopten precauciones para mantener lejos del alcance de los niños pequeños juguetes puntiagudos o fáciles de tragar. De hecho, Lego ha dado directrices informales para el uso de los mejores plásticos no tóxicos y la inclusión de agujeros que permitirían el paso de aire en piezas que podrían provocar atragantamiento.
Finalmente, el mensaje de La Lego película parece que, en cierto modo, es la filosofía empresarial de Lego: un poco de caos en forma de armas del siglo XX, con tuneo personal y sin tener a la Gestapo de la propiedad intelectual encima, siempre viene bien.
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