El progreso en la tecnología de las comunicaciones lleva aparejado muchas ventajas, si bien también algunos inconvenientes. Por ejemplo, el teléfono ya causó revuelvo sobre su incidencia en la intimidad de la gente, tal y como se quejaba el sociólogo Charles Horton Cooley en 1912: “En nuestra vida, la intimidad del barrio se ha roto como resultado del crecimiento de una intrincada malla de contactos más amplios, que nos convierte en desconocidos a los ojos de personas que viven en la misma casa”.
Luego llegó Internet, el smpartphone, la geolocalización… y también Goople Maps. Hace unos años, alguien me explica que podría recorrer gran parte de las calles de todas las ciudades del mundo como si realmente estuviera allí, y no me lo habría creído. Google Maps ha sido aceptado por la mayoría como un gran avance, yo entre ellos, pero Alemania ha mantenido una postura ambivalente al respecto. Aspira a gozar de sus privilegios para cazar a criminales, pero también aboga por el derecho a pixelar personas, negocios y demás objetos que no quieran exponerse al público.
Sin ir muy lejos, en 2010, el coche de Google Street View, que es el encargado de tirar fotografías de las calles por las que luego navegaremos, fue objeto de actos vandálicos por su paso por Alemania. En un programa de humor del canal alemán ZDF pudo verse una parodia sobre el nuevo servicio: “Google Home View”, en el que trabajadores de Google hacen fotografías del interior de todas las habitaciones de todas las casas de Alemania. Quienes se niegan a colaborar son amenazados con la falta de acceso a Google.
Cuando se inauguró Street View en Alemania a finales de 2010, 244.000 personas ya habían enviado los formularios necesarios para que Google pixelara su casa (por fuera, obviamente), e incluso su oficina. Lo que supone un 3 % de los 8,5 millones de hogares en las veinte ciudades donde se lanzó el servicio. Los alemanes incluso acuñaron un neologismo para esta práctica: Verpixelungsrecht (derecho a ser pixlelado).
Paralelamente, sin embargo, el gobierno alemán quería sacar rédito de Street View, tal y como explica Jeff Jarvis en su libro Partes Públicas:
En 2007, el gobierno alemán debatió una ley que pretendía obligar a Google a conservar los nombres y las direcciones verificados de sus usuarios, así como otros datos, para facilitar las investigaciones criminales. Así pues, por un lado, los políticos alemanes acusaban a Google de violar la intimidad de los ciudadanos al recopilar sus datos, mientras que, por otro lado, pretendían exigirle que conservara las comunicaciones privadas de los ciudadanos por si el gobierno deseaba utilizar dicha información en su contra.
¿Por qué Alemania reaccionaba de un modo tan conservador frente a Street View? ¿Por qué querían ser pixelizados para preservar una parcela de su intimidad que en realidad se encontraba en el espacio público Jarvis lo explica así:
Una explicación habitual para la apasionada defensa de la intimidad que capitanean los alemanes es que, como resultará obvio, la policía secreta de los nazis y la Stasi de la Alemania del Este espiaban la vida privada de los ciudadanos.
No fueron pocos los que se burlaron de esta manía germánica, quizá una rémora histórica, rebautizando Alemania como Blurmany (“Borrosamania”).
El escritor Jens Best lo convirtió en un juego y creó un sitio web llamado Finde das Pixel (Encuentra el Píxel), donde retaba a los usuarios a buscar en Street View las direcciones que se veían borrosas. Llegó incluso a sugerirles que fotografiasen ellos mismos los edificios pixelazos y los enlazasen desde Google Street View.
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