A todos nos suena la idea de que en el mundo hay suficiente recursos para todos, simplemente debemos repartirlos mejor. Lo que no suele decirse es que, entonces, deberíamos vivir con menos cosas. Habrá personas dispuestas a vivir con menos, y otras no.
De hecho, el epítome del consumo de toda clase de cosas, desde energía hasta comida, es Estados Unidos. Jay Whiterspoon señala que si cada habitante del planeta quisiera vivir como un estadounidense medio, necesitaríamos los recursos de cinco planetas como el nuestro. Pero quizá dispongamos de una salida para vivir como un estadounidense con los recursos de un solo planeta…
Es lo que sostiene el cofundador de Sun Microsystems, Bill Joy. El secreto, a su juicio, reside en la desmaterialización, es decir, el descenso en el tamaño de la huella medioambiental que dejan los objetos que usamos en nuestras vidas. Por ejemplo, pensemos en un smartphone y las cosas que está evitando que fabriquemos igual que como lo hacíamos antes, tal y como explica Peter H. Diamandis en su libro Abundancia:
cámaras, radios, televisiones, navegadores de Internet, estudios de grabación, salas de edición, cines, navegadores GPS, procesadores de texto, hojas de cálculo, estéreos, linternas, juegos de mesa, juegos de cartas, videojuegos, toda una gama de aparatos médicos, mapas, atlas, enciclopedias, diccionarios, traductores, manuales, educación de primera categoría, y la siempre creciente y variada colección conocida como el app store. Hace diez años la mayoría de estos bienes y servicios solo estaban disponibles en el mundo desarrollado; hoy casi cualquiera y en cualquier lugar puede tenerlos.
Cabe imaginar que no solo dejamos de fabricar tantos objetos como antes, sino también se invierten menos recursos en la distribución física para su dispersión. Una simple editorial consumía, en ese sentido, una cantidad enorme de energía para poner sus libros a la venta, desde la tala de árboles hasta el suministro del aire acondicionado de las librerías donde se exhiben, pasando por el combustible de los camiones de reparto. Y cada vez ocurre con más cosas, y en mayor proporción.
Además, durante la mayor parte del siglo XX, salir uno mismo de la pobreza exigía tener un trabajo que (de un modo u otro) dependía de esos mismos recursos naturales, pero las grandes materias primas actuales no son objetos físicos, son ideas. Los economistas utilizan los términos bienes rivales y bienes no rivales para explicar la diferencia. “Imagínate una casa que se está construyendo”, dice el economista de Stanford Paul Romer. “El terreno en el que se asienta, el capital en forma de grúa y el capital humano del albañil son bienes rivales. Pueden ser utilizados para construir la casa, pero no para construir otra de modo simultáneo. Compara esto con el teorema de Pitágoras, que el albañil utiliza de forma implícita para construir un triángulo con lados en proporción de tres, cuatro y cinco. Esta idea es no rival: todos los albañiles del mundo pueden usarla al mismo tiempo para crear el ángulo correcto”.
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Y esto elimina otra limitación a la abundancia: permite a los mil millones emergentes ganarse la vida de un modo que no requiere quemar nuestro suministro de recursos naturales siempre menguantes.
A pesar de que la pérdida de puestos de trabajo es consustancial a esta clase de evolución tecnológica a corto plazo, los beneficios serán innegables a largo plazo: bienes y servicios que antes estaba reservados para unos pocos ricos ahora estarán disponibles para cualquiera con un smartphone, una impresora 3D, o cualquiera de los últimos avances tecnológicos que desmaterializan el mundo.
Fotos | Badudoy | Richard Greenhill y Hugo Elias
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