Podríamos llamar "falacia tecnológica" a la afirmación falsa, o al menos simplista, de que las nuevas tecnologías cambian a la sociedad. En realidad, ocurre justo lo contrario: la sociedad desarrolla la tecnología para hacer frente a los cambios que se tienen lugar en ella.
A continuación, algunos ejemplos palmarios de esta contraintuitiva afirmación y que, de nuevo, nos hace advertir que correlación no implica causalidad.
Correlación no implica causalidad
En su libro Papel, el autor Mark Kurlansky pone decenas de ejemplos de tecnologías que nacieron por las circunstancias. Es decir, que las tecnologías no crean las circunstancias. Si acaso, las precipitan. Un ejemplo paradigmático de ello tuvo lugar en el año 250 a. C., en China, cuando Meng Tian inventó un pincel hecho con pelo de camello:
Su invento no inspiró al pueblo chino a empezar a escribir y pintar ni a desarrollar la caligrafía. Fue más bien al revés: la sociedad china ya había establecido un sistema de escritura y tenía la ambición de crear más documentos escritos y de desarrollar su caligrafía. Su herramienta anterior (un palo mojado en tinta) no podía satisfacer esta creciente demanda.
La tecnología, pues, es una mera intermediaria. La sociedad cambia, y este cambio crea nuevas necesidades. Esta es la razón por la que surge la tecnología. Por consiguiente, los luditas se equivocaban al destrozar los telares mecánicos, como se equivocan los taxistas al boicotear a Uber: la única forma de detener una nueva tecnología pasa por cambiar a la sociedad.
Por eso la imprenta en realidad tampoco provocó la Reforma protestante: fueron las ideas y la voluntad de difundirlas lo que condujo a la invención de la imprenta. Ni siquiera Gutenberg la inventó. Ni Edison inventó la bombilla. La mayoría de inventos tienen muchos autores y se producen, con poco tiempo de decalaje, en muchos países y continentes. Porque las nuevas tecnologías, las nuevas ideas, son inevitables cuando se dan las circunstancias adecuadas.
Los nuevos hallazgos, los nuevos inventos, incluso los movimientos sociales que parecen introducir nuevas ideas en la sociedad, tienen lugar porque la sociedad llega a un punto que las necesita. Por eso las historias de las sufragistas o de Rosa Parks negándose a sentarse al final del autobús en realidad son fábulas que simplifican la realidad y que, además, confunden causa con efecto, como podéis abundar en el siguiente vídeo:
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