Quienes leen mis lucubraciones varias sobre el tema (como Sin Copyright, ¿de qué vivo? o Los malditos derechos de autor (I), (II), (y III)), ya saben que les tengo cierta manía a los derechos de autor y otros mecanismos de propiedad intelectual.
Pero hoy vamos a centrarnos en un aspecto de los derechos de autor que atañe directamente a la tecnología y al acto creador de los inventores: las patentes.
En primer lugar, hay poca evidencia de que las patentes sean realmente las que impulsan a los inventores a inventar (más bien hay una raíz biológica más poderosa). La mayor parte de las innovaciones jamás son patentadas, tal y como señala Matt Ridley, de la Universidad de Oxford:
En la segunda mitad del siglo XIX, ni Holanda ni Suiza tenían un sistema de patentes y, sin embargo, ambos países florecieron y atrajeron a inventores. La lista de invenciones significativas del siglo XX que jamás fueron patentadas es larga. Incluye la transmisión automática, la baquelita, el bolígrafo, el celofán, los ciclotrones, el girocompás, la turbina, la grabación magnética, la dirección hidráulica, la maquinilla de afeitar y la cremallera. En contraste, los hermanos Wright consolidaron la naciente industria de la aviación en Estados Unidos a través de una defensa entusiasta de su patente de 1906 de las máquinas voladoras con motor. En 1920, hubo un atasco en la producción de radios causado por el bloqueo de patentes impuesto por cuatro empresas (RCA, GE, AT&T y Westing House), lo cual impidió que alguna de ellas fabricara los mejores radios posibles.
Si finalmente se hubiera llevado a cabo la disparatada idea de permitir patentes de fragmentos genéticos, segmentos de secuencias de genes que podían ser usados para hallar genes defectuosos o normales, la secuencia del genoma humano se hubiese convertido en un paisaje imposible para la innovación. Algo que ya sucede con la telefonía móvil, donde las grandes compañías tienen que luchar para hacerse camino a través de marañas de patentes cada vez que quieren traer una innovación al mercado. Y al final resulta que el litigio y el cabildeo son un modo más lucrativo para ganar cuota de mercado que innovar o invertir.
Hoy en día, los mayores generadores de nuevas patentes en el sistema estadounidense son los “ogros de patentes”, compañías que pagan aplicaciones de patentes débiles sin el propósito de fabricar los productos en cuestión, pero con toda la intención de hacer dinero demandando a todos quienes las infrinjan.
Vía | El optimista racional de Matt Ridley
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