El otro día os hablaba de diversos lugares del mundo que han sido colonizados por marcas comerciales como Mattel, Pepsi o Disney. Otros lugares aspiran a estar tan colonizados por las marcas comerciales como los anteriormente mencionados, pero las gentes que los habitan no disponen de los medios económicos suficientes para adquirir masivamente tales marcas. Así pues, estos lugares adoptan otras marcas diferentes, cualitativamente inferiores, mucho más baratas, fraudulentas en la mayoría de los casos, que sin embargo tienen una sonoridad casi idéntica a las originales.
Esta clase de lugares con marcas falsas (aunque marcas, al fin y al cabo) proliferan en África. La mayoría de los países de África no disponen de asociaciones de consumidores, y muchas poblaciones alejadas de las capitales, en las que existen escasos controles de calidad, los comerciantes se rigen por la filosofía de “hecha la ley, hecha la trampa”.
Un ejemplo es Lira, en Uganda, que posee un mercado importante, en constante crecimiento. Un mercado que no se circunscribe a las frutas, verduras u otros productos agrícolas, sino ofrece toda clase de productos, incluidos los electrónicos. Por ello no es extraño que en el mercado de Lira podamos encontrar calculadoras Casho u otros aparatos de la marca Panasoanic, Torshiba y demás variantes fonéticas que tratan de imitar a las marcas más importantes del mercado.
La mayoría de estos productos fraudulentos proceden de China, con lo cual muchos de los libros de instrucciones que acompañan a los aparatos electrónicos están escritos exclusivamente en mandarín. Un libro de instrucciones ininteligible al que sin duda acudiremos en cuando encendamos el aparato en cuestión: lo más probable es que no funcione o le falte un fusible.
Otros productos también son víctimas de estas marcas extrañamente familiares, como la ropa (aunque, luego, lo que se venda como algodón no sea tal sino alguna forma de poliéster) o comida. Alberto Eisman, cooperante de Uganda, explica así su experiencia en Lira a través del libro No Logo, de Naomi Klein:
La lata de atún que tanto me alegré de encontrar en el supermercado a un precio tan tirado resultó ser una masa amorfa de una pulpa de pescado que posiblemente alguna vez haya estado cerca de un atún de verdad, pero que de sabor está a años luz del preciado y delicioso escómbrido.
Nadie persigue a estos infractores (muy imaginativos a la hora de bautizar sus productos), así que los lugares con otras marcas seguirán persistiendo durante muchos años más, como si sus nombres fueran las estampaciones de esas camisetas subversivas y críticas con la publicidad que pueden encontrarse en el SoHo de Nueva York, en Camden Market de Londres o en cualquier tienda donde se venden artículos alternativos, camisetas en cuya pechera se leen marcas adulteradas como: «Krap» (basura), en vez de Kfraft; «Jive» (charlatanería), en vez de Tide; «Fucked» (follado), en vez de Ford; o «Goodbeer» (buena cerveza), en vez de Goodyear.
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