Con una simple descarga eléctrica, uno comensal puede experimentar una experiencia gustativa rudimentario. Sí, literalmente, electrocutando la lengua, como en una versión gastronómica del monstruo de Frankenstein.
Por el momento, ya hay algunos proyectos de dispositivos para proporcionar experiencias de sabor a través de este medio a fin de amplificar los sabores propios de los alimentos que ya ingerimos. Sin embargo, detrás de todo ello hay más expectativas que realidades.
Aún queda camino por recorrer
La idea de combinar la electricidad con la alimentación fue revelada por primera vez como un experimento en la Conferencia Computer Human Interaction, en Austin, Texas, en 2012. Nakamura y su equipo conectaron un cable a una batería de 9 voltios y lo pasaron a través de un sorbete colocado en un vaso de limonada dulce. Los voluntarios informaron que la limonada “recargada” tenía un gusto «más suave», porque la electricidad simulaba el sabor de la sal. Así es como se ha llegado a crear un tenedor eléctrico.
Si bien los defensores de esta técnica proclaman entusiasmados cómo, a través de nuestro propio teléfono móvil, nos podremos estimular eléctricamente para disfrutar más de la comida, lo cierto es que la paleta de sabores con la que se puede trabajar, de momento, es bastante limitada.
Tampoco parece que la cosa sea mucho mejor cuando el dispositivo de estimulación eléctrica esté incrustado en el extremo de una cuchara o en otro artículo de cubertería o critalería digital, tal y como explica Charles Spence en su libro Gastrofísica:
Yo sí que he probado uno de estos dispositivos y la experiencia resultó, como mínimo, decepcionante. Quizá se deba a que tengo mala suerte, porque el sabor eléctrico funciona mejor en algunas lenguas que en otras. Sin embargo, incluso los defensores más acérrimos de esta técnica admiten que resulta más fácil obtener sensaciones gustativas agrias y metálicas que saladas... y el dulce, bueno, eso sí que supone un verdadero reto.
Experimentar sabores sin comer en un área que se está abandonando ya de facto, porque la experiencia gastronómica no se limita solo al sabor, sino al resto de sentidos: sentir sabor sin masticar algo es raro, a veces desagradable.
Por eso, la estimulación eléctrica parece estar desarrollándose para amplificar determinados sabores cuando ya estamos comiendo. Y, también, para reducir la cantidad de determinadas sustancias para lograrlo y que no resultan del todo saludables.
Por ejemplo, la sal. Es lo que al menos intentó hacer el No Salt Restaurant, un restaurante efímero de dos días de duración que abrió en Tokio.
Como prueba, el restaurante ofrecía un menú compueto por cinco platos sin sal. Ensalada, arroz frito, pastel de carne y tarta.
Con todo, la experiencia no fue tampoco del todo satisfactoria: la sal no solo aporta sabor, sino también cierta textura, y eso es algo que el sabor eléctrico no puede porporcionar.
Esto es parte del motivo por el que, por ejemplo, podemos diferenciar entre el azúcar y otros edulcorantes artificiales, como el aspartamo (porque la sensación del gusto aumento mucho más rápidamente en un caso que en el otro y también perdura más tiempo). En otras palabras: si no acertamos con la temporalidad de las sensaciones cuando administramos un sabor eléctrico, la experiencia jamás será tan buena como la de verdad.
Por el momento, el sabor eléctrico sigue tanteando el mercado. Nimesha Ranasinghe, de la Universidad de Maine, ha creado unos palillos chinos que producen distintas estimulaciones eléctricas en la lengua del usuario.