Perdemos el foco cuando entramos a dirimir cuestiones como las que os refería en la primera entrega de este artículo, porque son filosóficamente complejas.
Seguramente nunca podamos ponernos de acuerdo sobre quién es profesional y quién amateur, o sobre quién puede producir mejores contenidos (la línea divisoria cada vez está más desdibujada, y lo estará todavía más en lo sucesivo). Lo relevante de todo este asunto es comprender mejor cómo funcionan las plataformas de contenidos y qué hacen los creadores en ellas, a fin de evitar disputas estériles.
Eso lo explica mejor que yo Clay Shirky en su libro Excedente cognitivo:
Consideremos, como comparación alternativa, un bar local. Se trata de una gestión comercial, pero los productos que vende son invariablemente más baratos si se consumen en casa, en general por un margen considerable; gran parte del servicio ofrecido por el personal se reduce a abrir botellas y fregar platos. Si una cerveza cuesta el doble en un bar que en una tienda, ¿por qué no se hunde todo el negocio y la gente opta por tomarse una cerveza más barata en casa?
Al igual que ocurre con los propietarios de YouTube, el dueño del bar está en el curioso negocio de ofrecer valor más allá de los productos y servicios que vende, un valor creado por los consumidores. La gente paga más por tomarse una cerveza en un bar que en casa porque este local es un lugar con más camaradería para beber algo; reúne a personas en busca de una pequeña conversación o que únicamente quieren estar con otra gente, individuos que prefieren estar en el bar que solos en casa.
Nadie diría, entonces, que el dueño del bar está explotando, por ejemplo, los contenidos que crean espontáneamente sus clientes en forma de conversaciones u otras formas, porque ello es parte de la razón de que la gente pague más por la cerveza. Al revés: los clientes pagan gustosos la cerveza para recompensar al dueño del local por crear un entorno social acogedor.
Youtube es ese local.
En otras palabras, si alguien inventa un copiador de jamones, que nos permitirá imprimir tantos jamones de pata negra como queramos, eso no hundirá el mercado de los jamones, sino el modelo de negocio relativo al mismo: por ejemplo, abrirán locales donde sonará buena música y donde podremos encontrarnos con nuestros amigos mientras alguien imprime jamón de forma artística (es un decir).
Basta que extrapolemos todo eso al mundo de los contenidos. Los contenidos son fácilmente copiables, su coste de distribución tiende a cero, y la creación de contenidos es algo que mucha más gente puede hacer en su tiempo libre, hasta el punto de superar en muchas ocasiones a los profesionales que cobran dinero por hacer su trabajo. Sencillamente porque ahora, el mayor incentivo de todos, es que cualquier creación tienen una audiencia potencial de todos los seres humanos con conexión a Internet.
¿Alguien imagina ya una enciclopedia online que supere tanto a Wikipedia que justifique que la gente esté dispuesta a pagar por leerla? Probablemente, no, salvo en el caso de expertos o profesionales que precisen contenidos tan exclusivos que no haya suficiente masa crítica de creadores para que éstos surjan más allá del incentivo económico directo.
Por tanto, el modelo de negocio óptimo ya no puede ser vender copias físicas de contenidos. Y poco a poco, tampoco puede ser óptimo vender simplemente contenidos.
Chris Anderson tiene dos libros enteros sólo para explicar cómo todo terminará siendo inevitablemente gratis (entendido gratis como pago directo, no pagos indirectos, freemium y demás modelos de lo gratuito): Gratis y La economía long tail. Ambas son lecturas imprescindibles para comprender mejor cómo debemos empezar a gestionar la abundancia de contenidos que se nos avecinan.
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