Sobre todo a raíz de la “revuelta verde” de 2009, donde tres millones de personas desafiaron a la policía en las calles de Teherán, el régimen iraní considera internet como el idóneo coladero de malas influencias extranjeras, sobre todo en lo tocante a YouTube y Twitter.
Por ello, a partir de 2009, el Parlamento iraní anunció que destinaría 380 millones de euros para controlar internet, improvisándose una suerte de Policía de la red bautizada como FATA. Con todo, gran parte de la vigilancia está automatizada. Por ejemplo, basta con conectarse a la red desde Therán y teclear la palabra ‘sexo’ en Google para ver lo que pasa.
Y lo que pasa es que Google te reedirige a una página que te propone comprar el Corán. Tampoco es sencillo buscar datos sobre el exvicepresidente Dick Cheney por la sencilla razón de que “dick” significa pene en inglés, y la palabra se suprime automáticamente.
Por ello no es extraño encontrar cibercafés en Teherán que ofrecen ordenadores antifiltros, porque muchos de los filtros de la FATA son estúpidos.
Con todo, estúpido no es sinónimo de que puedas salvar la vida si deciden ir a por ti. Tal y como explica Frédéric Martel en su libro Smart:
En Irán se organizó una verdadera caza de los blogueros. Uno de ellos, Sattar Beheshti, de 35 años, también muy activo en Facebook, fue detenido por la ciberpolicía iraní y torturado hasta la muerte a finales de 2012. Un informe de Naciones Unidas confirmó, ese mismo año, que habían detenido a periodistas de la web y activistas de internet por su actividad digital.
No es que internet sea objeto de un control más exhaustivo que la vida real, sencillamente significa que el régimen ha comprendido que internet no es algo distinto al mundo real. En el mundo real ya tenían sus guardias de la revolución islámica (pasdaran) o la Policía de las costumbres que obliga a llevar velo y lucha contra las inmoralidades sociales (bassidji).
Ahora la lucha se ha extendido a lo digital. Porque en internet todo el mundo puede hablar con todo el mundo, incluso fuera de las fronteras de Irán. Y tener demasiados puntos de vista puede resultar peligroso a fin de mantener algo quebradizo sostenido con dogmas incuestionables, la República Islámica (la tensión entre lo religioso y lo laico incluso se percibe en su nombre).
La censura iraní también debe enfrentarse a la contracensura estadounidense. Miles de jóvenes iraníes exiliados en Tehrangeles, antimulás, nerds, apasionados por el mundo digital o empleados de startups, inventan en tiempo real software para desactivar las argucias de la censura de su país de origen. Nunca les faltan ideas y están dispuestos a echarle todas las horas del mundo; aprovechan el desfase horario para “desbloquear” la web.
Imágenes | Pixabay
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