En la anterior entrega de esta serie de artículos sobre tecnología, comparábamos el entusiasmo que generó la invención el telégrafo con el entusiasmo que genera el desarrollo de Twitter. Hoy toca otra tecnología que también fue presentada como la panacea mundial: la radio.
Es difícil atribuir la invención de la radio a una única persona. En diferentes países se reconoce la paternidad en clave local: Aleksandr Stepánovich Popov hizo sus primeras demostraciones en San Petersburgo, Rusia; Nikola Tesla en San Luis (Misuri); Guillermo Marconi en el Reino Unido; o el comandante Julio Cervera en España. En 1894 Nikola Tesla hizo su primera demostración en público de una transmisión de radio, y casi al tiempo, en 1895, el italiano Guillermo Marconi construyó el primer sistema de radio.
La invención de la radio también generó no pocas reacciones entusiastas. Incluso rozando el ridículo. El propio Guillermo Marconi, uno de los pioneros de esta tecnología revolucionaria, sostenía alegremente que “la llegada de la era sin hilos hará la guerra imposible, porque hará quedar en ridículo la guerra”.
El presidente de General Electric Company, Gerald Swope, dijo en 1921 que la radio era “un medio de alcanzar una paz general y perpetua en la Tierra”.
Evgeny Morozov, en su libro El desengaño de Internet, critica a ambos personajes:
Ni Marconi ni Swope podían prever que, siete décadas después, las emisoras de radio utilizarían las ondas para agravar las tensiones étnicas, propagar mensajes de odio y fomentar el genocidio de Ruanda.
Como sucede hoy con redes sociales tipo Twitter o los blogs, se consideró que la radio elevaría el nivel del discurso público.
A principios de los años veinte, el New Republic aplaudía los efectos políticos de la radio, pues el invento había “encontrado la forma de prescindir de intermediarios políticos”, y hasta podía “restablecer los demos sobre los que se fundó el gobierno republicano”. (…) Se creía que la radio, como hoy se espera de Internet, iba a cambiar la naturaleza de las relaciones políticas entre ciudadanos y gobiernos. (…) Tal y como señalan Asa Briggs y Peter Burke en su exhaustivo libro “Una historia social de los medios de comunicación”, “la era de la radio no sólo fue la era de Roosevelt y Churchill, sino también la de Hitler, Mussolini y Stalin”. Que tantos dictadores aprovecharan la radio hasta tal extremo mitigó el entusiasmo casi universal por el medio, al tiempo que su comercialización por parte de grandes negocios alejaba a quienes confiaban en que dotara de más seriedad la conversación pública.
En la siguiente entrega analizaremos otra tecnología desde la misma óptica erróneamente entusiasta.
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