¿Ya no confías en ningún partido político? Bienvenido a la democracia líquida (y III)

¿Ya no confías en ningún partido político? Bienvenido a la democracia líquida (y III)
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Concluimos esta trilogía sobre la democracia líquida iniciada en I y II, profundizando un poco en los orígenes de la misma, y en su posible futuro.

Los comienzos de la democracia líquida

Un de las primeras personas que atisbó el poder de la democracia líquida fue el autor de Alicia en el País de las Maravillas, que también era un matemático de la universidad de Oxford: Charles Lutwidge Dodgson. Aunque a todos os sonará más por su pseudónimo literario Lewis Carroll. Sus conclusiones las hizo públicas en 1884, en un breve panfleto llamado Los principios de la representación parlamentaria. A pesar el título, el ensayo, en realidad, se lee como un tratado de teoría de juegos, con sus tablas y fórmulas matemáticas.

En ese ensayo ya se abordaba el voto como una especie de moneda: podías “gastar” tu voto en un candidato, que entonces podría, a su vez, gastar el voto que había recibido de ti en otro candidato.

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Más de un siglo después, gracias a la tecnología en telecomunicaciones, que nos permite estar conectados unos con otros, y de forma rápida y barata transferir nuestros votos, nuestras “monedas”, podemos firmar cosas en Change.org o crear una iniciativa en Kickstarter para recaudar fondos que permitan producir una película de Verónica Mars. Y también podemos llevar las ideas germinales de Carroll a unos niveles que hace solo una década hubieran resultado, cuando menos, utópicos.

Los votos pueden circular así por la red como lo hacen los vídeos de gatitos o los tuits. Hasta que la experiencia o los conocimientos van teniendo más peso en el resultado final de una votación, al mismo tiempo que evitas que el poder resida en grupos de personas muy grandes.

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No necesitas ser experto en todo para que tu voto importe. Puedes escoger tus objetivos, y dejar que la gente en la que confías en otros campos se ocupen de los demás. (…) Lo más interesante de las democracias líquidas es que ya usamos esta estrategia de votación delegada en otras decisiones más informales sobre el estilo de vida. Cuando estás intentando decidir dónde cenar, llamas a tu amigo gastronómico, pero también tienes un amigo cuyo gusto musical nunca te ha fallado, y otro que siempre está a la última sobre las novelas que merece la pena leer. En las redes de amigos y conocidos surge de manera habitual una división del trabajo; no todas las recomendaciones reciben el mismo trato, porque cada individuo tiene su propio gusto y su propia área de especialización. Cuando tomamos decisiones culturales, en muchas ocasiones dejamos que la elección la haga por nosotros algún experto de nuestra red. Las democracias líquidas se limitan a aplicar el mismo principio a las decisiones políticas.

Ignoro si la democracia líquida se instaurará algún día. Tal vez no lo haga nunca. Quizás ocurra dentro de un siglo. O quizás en pocos años algún país nórdico empiece a funcionar de ese modo, y el resto de países no tardarán en imitarlo. Hace sólo una década nadie apostaba por Wikipedia. Ni por la idea contraintuitiva de que la gente, en su tiempo libre, produciría contenidos en blogs que incluso superarían a sus homólogos profesionales.

Ni mucho menos que todos nosotros llevaríamos ese poder en el bolsillo, en forma de smartphone, para ir conectando cada vez de forma más fluida y selectiva con las personas que nos interesan, e incluso con personas que a priori nunca nos habrían interesado, produciendo toda clase de datos acerca de nuestras preferencias, movimientos y búsquedas para llevar a cabo minería de datos. Solo fueron diez años y todo cambió. Tal vez en diez años todo volverá a cambiar, y le podremos dar una patada al plasma de Rajoy y otra la demagogia buenrollista de Rubalcaba.

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