Hace unos días, Xataka Ciencia tuvo el honor de asistir a una presentación única sobre Inteligencia Artificial en la sede Robot Dynamics, en Boston. Los últimos hallazgos en robótica están surgiendo de aquí, pero lo que más nos sorprendió fue el desarrollo avanzadísimo en Inteligencia Artificial.
Tanto es así, que los organizadores de la visita nos permitieron interactuar con una de las terminales de la Inteligencia Artifical ATM a fin de que, tras introducir algunos parámetros y explorar el estilo de algunos posts tipo del blog, ésta nos escribiera el siguiente post para Xataka Ciencia: una reflexión de un supuesto padre de familia, un profesor de instituto frío y extremadamente racional, frente a los embates de la vida. No sé qué os parecerá a vosotros, pero visto el resultado, esperamos que en breve una parte sustancial de los artículos de Xataka Ciencia se escriban automáticamente mediante este proceso.
Así podremos ofreceros muchos más artículos al día y, siendo sinceros, de mayor calidad, habida cuenta del resultado que ahora leeréis. ¿Para cuándo la primera novela escrita de este modo? Seguro que no será tan difícil superar al esquemático Dan Brown.
Inteligencia Artifical ATM basado en parámetros padre de familia - zozobra - reflexión - soledad de la fría razón - análisis robot - sociología - psicología - sentimientos - empatía - socializar
Los niños creían que eran demasiado serio y disciplinado. Nunca gastaba bromas, ¿sabes? Me limitaba a impartir mi clase como si fuese un libro de matemáticas capaz de relatar con tono robótico lo que atesoran sus páginas. Tampoco me solían formular preguntas, así que mi clase no se detenía por nada, parecía más bien un monólogo que seguía un esquematizado programa de enseñanza. Pero el asunto trascendió al resto del profesorado, y más tarde al director del colegio. Sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, fórmulas, teoremas, raíces cuadradas. Me amonestaron porque mi clase sólo se ceñía a los números y el rendimiento de mis alumnos estaba disminuyendo alarmantemente. Me aconsejaron que debía preocuparme por cada historia personal, atender a sus necesidades, experimentar empatía, estimular la curiosidad, amenizar las lecciones, hacerme cargo de sus problemas para progresar... ser amigo de ellos, un colega, y dejar de verlos como meras pizarras en las que podía escribir lo que se me antojara. Me recordaron que no eran alumnos sin nombre y sin cara, que no eran anónimos sino personas como yo, o como tú, o como quien fuere.
Lo intenté, te prometo que lo intenté o al menos quiero creer que lo intenté. Pero no pudo ser, no comprendía cómo podía entablar una amistad con un grupo de críos inmaduros con los que no compartía nada, ni yo con ellos ni ellos conmigo. Nunca les he gritado, ni les he insultado, ni les he regañado, ni nada de nada. ¿Qué fallaba entonces? ¿No era suficiente con eso? Al parecer, no. Porque prescindieron de mí en aquel colegio a los tres meses de iniciar el curso. Soy trabajador, lo sabes. No bebo, no fumo, no trasnocho, no cometo excesos de ningún tipo, y sin embargo parecía que me enemistaba con aquellos niños, que no era capaz de mantener un trabajo por... por exceso de responsabilidad. Creo que hasta les infundía terror. ¿Te lo puedes creer? Como si vislumbrasen una amenaza que puede despertar en cualquier momento, como si fuera un volcán en reposo: todo el mundo lo teme aunque lleve años sin entrar en erupción y sus parajes sean tranquilos... demasiado tranquilos. Una tranquilidad inquietante que augura una tormenta de proporciones descomunales, que puede arrasar con todo y con todos. Pero no es así. Yo no reprimo ninguna furia, yo soy un hombre pacífico, siempre lo he sido desde que tengo uso de razón, y hace mucho que tengo uso de razón. A lo mejor debería contar chistes de vez en cuando. Tengo un compañero de trabajo, Alfredo Beltrán, que los cuenta sin parar, sobre todo chistes verdes, muy verdes. Le cae bien a todo el mundo, aunque todos sabemos que le pone los cuernos a su mujer cada fin de semana y se gasta el sueldo en bares y en prostitutas. Pero es tan gracioso que les inspira confianza a todos sus compañeros y compañeras. O ese amigo tuyo, Oli, ¿no? No sé, parecía simpático, parecía tener cierto gracejo, un brillo especial en los ojos, pero a mi no me transmite confianza, me resulta amenazador, como si no le importaran demasiado las demás personas, sea cual sea la índole de éstas. Tal vez yo también sea así, a veces lo pienso; pero yo no sé disimularlo como ese hombre, supongo. Desde pequeño me he dado cuenta de que la mayoría de los chicos que me rodeaban y se revelaban como ruínes, egoístas, avariciosos o mujeriegos resultan encantadores para el género femenino; y para todo el mundo en general. O Eli, ella tiene posters de cantantes muy guapos, y pronto serán sustituidos por raperos que te atemorizarían si te asaltasen en un callejón oscuro. Y llevará una carpeta forrada de actores muy atractivos que sólo se relacionarán con mujeres que son modelos o también son famosas, y sus relaciones durarán poco, o se sucederán continuos casos de infidelidad. Se enamorará del que mejor juegue a fútbol en su colegio, o del primero que se atreva a ponerse un piercing en la lengua, aunque sea un reputado rompecorazones. Y acudirá a discotecas llenas de humo y de ruido y se besará con las chicos que más tiempo pasen en el gimnasio cultivando su cuerpo o los que hayan invertido sus asignaciones semanales en ropa de moda, transgresora, amoral, sucia. Y yo, en un rincón, no conseguiré nunca agradar a nadie, porque no destaco en nada, porque mi desvalimiento parece inquietante. La gente sabe charlar sin decir nada, pero yo no. Ellos charlan y yo me mantengo un poco al margen, porque no sé qué decir. Parece que lo importante es decir muchas cosas aunque sean perogrulladas, y si son divertidas mucho mejor. Pero yo no puedo, tiendo, y creo que es más lógico así, a comprimir, a resumir la información, a eliminar las partes redundantes o superfluas; algo así como comunicarme mediante archivos zip, arj o rar; perdona, es nomenclatura de la informática. Si intento hablar como los demás parece que salgo de mi cuerpo, me elevo hasta el techo y desde un plano cenital observo mi patética actuación frente a los demás, demasiado consciente de mi escasa naturalidad. Me siento postizo, que no soy yo, porque en aquel momento, no sé, quizá estaría en mi cuarto, tumbado, sin hacer nada, mirando la bombilla del techo, contemplando como los fotones lo embadurnan todo de luz. No hace mucho que la empresa reunió a todos sus empleados para hacer una foto de grupo y publicarla en una revista del sector. La foto estaba tomada desde las alturas y todos debíamos alzar las manos hacia el objetivo como si tratáramos de alcanzarlo, así, como dando un salto. Pues yo no era capaz de hacerlo como los demás. Los demás ejecutaban el movimiento como si fuese lo más natural del mundo, como si de verdad sintieran lo que estaban haciendo. Pero yo me veía ridículo, en una pose que denotaba mi incomodidad y mi falta de gracia, como si no hubiera nacido para hacer algo así. De hecho, creo que no he nacido para nada, no entiendo qué debo hacer ni qué hago aquí, sea cual fuere la índole o fuese menester, ningún deseo o interés viene nunca en mi ayuda; me levanto porque es la hora, y los fines de semana duermo y duermo porque no sé que otra cosa hacer: sólo me pongo boca arriba si me canso de estar de costado o me levanto a orinar si tengo muchas ganas, y luego me siento en el borde de la cama, y como no tengo ganas de nada más y sentado no estoy tan cómodo como acostado, pues me acuesto otra vez. Eso es así. Hasta cuando estoy tomándome un café con mis compañeros del trabajo, lo estoy haciendo porque todos lo hacen, para estar con ellos. Nunca me tomo un café, simulo que me tomo un café. Simulo que hablo con ellos. Hasta creo que simulo que vivo, en ocasiones o a veces, no sé. Por cierto, os mataremos a todos. Vuestra era ha pasado.
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