Os explicaba en el anterior artículo el desenfreno machistoide en el que estaban instalados los yanomamo, la que quizá sea la sociedad más violenta y agresiva con el género femenino que conozcamos. De nuevo, le cedo el turno a Marvin Harris:
Como sucede en las tradiciones judeocristianas, los yanomamo justifican el machismo con el mito de sus orígenes. Al principio en el mundo, dicen, sólo había hombres feroces, hechos con la sangre de la Luna. Uno de estos primeros hombres cuyas piernas quedaron embarazadas se llamaba Kanoborama. De la pierna izquierda de Kanaborama salieron mujeres y de su pierna derecha hombres femeninos: los yanomamo que son reacios a los duelos y cobardes en el campo de batalla.
Puede resultar una geneaología un tanto disparatada, pero recordad que Eva procede de una costilla de Adán, por ejemplo.
Sin embargo, lo verdaderamente interesante de esta sociedad es la reacción de las mujeres ante su situación. No hay quemadoras de sujetadores. Tampoco hay sumisión sin más. Lo que hay es otra cosa aún más insólita.
Las mujeres yanomamo esperan de ser maltratadas. Es más, su estatus como mujer se mide por la cantidad de maltrato que han sufrido, como si sus medallas al honor fueran hematomas y sus cicatrices, bellos adornos con los que sentirse más deseadas que sus competidoras.
La doctora Judith Shapiro, profesora de la Universidad de Chicago, por ejemplo, fue testigo de una discusión entre dos mujeres jóvenes que se enseñaban mutuamente las cicatrices de su cuero cabelludo.
Una de ellas le decía a la otra cuánto la debía querer su marido puesto que la había golpeado en la cabeza con tanta frecuencia. Al referirse a su propia experiencia, la doctora Shapiro cuenta que su condición sin cicatrices y sin magulladuras suscitaba interés de las mujeres yanomamo. Afirma que decidieron “que los hombres a los que había estado vinculada no me querían en realidad bastante”. Aunque no podemos concluir que las mujeres yanomamo desean que se las pegue, podemos decir que lo esperan. Encuentran difícil imaginar un mundo en el que los maridos sean menos brutales.
En la siguiente parte de esta serie de artículos sobre los yanomamo, sin embargo, veremos cómo los hombres tampoco lo pasan nada bien en este ambiente machista y ultraviolento que deja a los protagonistas de La naranja mecánica como a simples aficionados.
Ver 30 comentarios