Decíamos en la anterior parte de este post que por qué lo habitual era es que el ser humano tuviera tez morena y no tez blanca, dado que la tez blanca favorece la síntesis de vitamina D y la absorción de calcio. ¿No debería ser lo contrario?
Sería lo contrario si no existiera el cáncer. Porque es el cáncer de piel el responsable de que la piel blanca, a pesar de sus ventajas, sea algo anómalo. En el ser humano, la función principal de la melanina, responsable de la pigmentación cutánea, es la de proteger las capas exteriores de la piel de las radiaciones ultravioletas del sol.
El ser humano carece de la protección de pelo de la que disfrutan la mayoría de los mamíferos, de modo que su piel es su única coraza: una piel blanca absorbe más fácilmente la luz solar, nos expone a quemaduras, con sus ampollas, sarpullidos y consiguientes riesgos de infección, y produce cánceres de piel, incluido el melanoma maligno, una de las enfermedades más mortales que existen.
Por esa razón, la piel oscura se convirtió en algo así como las eternas gafas de sol de los Blues Brothers o Tom Cruise en Risky Business: algo de vital importancia. Sin la protección de la melanina, el ser humano no duraría mucho en la Tierra. Salvo si vive en una zona específica de la Tierra: en las latitudes superiores.
Cuando los individuos de piel clara y ascendencia europeo-septentrional salen de esas fronteras, entonces presentan unos índices más elevados de cáncer de piel en todas sus formas, como sucede con la población blanca de Australia.
En los Estados Unidos, donde una tercera parte de todos los nuevos casos de cáncer registrarlos anualmente son cánceres de piel. El índice de melanomas malignos se multiplicó por seis entre 1935 y 1975, igualmente en combinación con la creciente popularidad de los deportes al aire libre y la relajación de los códigos indumentarios. Como cabe predecir, el melanoma maligno es más frecuente entre individuos de raza blanca que viven en ciudades como Dallas y Fort Worth y menosentre los que viven en Detroit o Minneápolis. En los hombres, que es más probable que vayan sin camisa que las mujeres, el melanoma aparece en la parte superior del torso; en las mujeres, en las piernas, con menos frecuencia en la espalda y casi nunca en los pechos, que rara vez se exponen al sol.
Los habitantes de África central apenas presentan casos de melanoma maligno en comparación, y si se producen, entonces se dan en partes de la piel poco pigmentadas, como las plantas de los pies, las palmas de las manos o los labios. Los noruegos, por ejemplo, contraen el melanoma maligno con una frecuencia diez veces superior a los españoles.
Así pues, el color particular de la piel de una población humana se produce en buena medida por una tensión entre los riesgos del cáncer de piel y los riesgos de raquitismo y osteomalacia.
Reunamos ahora todas las piezas sueltas: cuando los pioneros neolíticos emigraron al Norte los riesgos del raquitismo y la osteomalacia desplazaron a los del cáncer cutáneo. Los inviernos se hicieron más largos y fríos, y era más frecuente que el sol estuviera oscurecido por nieblas y nubes. Al propio tiempo, tuvieron que reducir la parte de piel que dejaban expuesta a la radiación sintetizadora de la vitamina D, ya que debían abrigarse bien con objeto de protegerse contra el frío. Por último, al ser agricultores y ganaderos continentales, los pioneros no podían emular a los esquimales y sustituir la luz solar por aceite de pescado como fuente de vitamina D (todavía tendrían que pasar miles de años antes de que estuvieran disponibles los recursos tecnológicos necesarios para la explotación de los bancos de pesca del Atlántico Norte y el Báltico). Dadas las circunstancias, la selección natural tuvo que favorecer especialmente a los individuos de tez pálida que no se ponían morenos, los cuales podían aprovechar las dosis más débiles y breves de luz solar para sintetizar la vitamina D. Con el tiempo, una gran parte de la población perdió completamente la capacidad para broncearse. Y como durante el invierno sólo un pequeño círculo facial asomaba a través de las ropas, las gentes del norte adquirieron esas peculiares manchas sonrosadas y translúcidas sobre sus mejillas que constituyen auténticas ventanas cutáneas para facilitar la síntesis de la vitamina D.
Los cálculos de Cavalli-Sforza, especialista en genética de poblaciones, demuestran que la transición de los mediterráneos de piel morena y deficientes en lactasa a los escandinavos de piel clara y suficientes en lactasa pudo completarse perfectamente en menos de cinco mil años.
Vía | Bueno para comer de Marvin Harris
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