Parece evidente que el tipo de dieta que seguimos en nuestra vida acaba conformando nuestra salud. Sin embargo, la epigenética está revelando que la alimentación incluso modifica nuestros genes y, en consecuencia, la herencia que les dejaremos a nuestros descendientes. Algo así como un testamento calórico.
Podéis leer más sobre ello en Cómo una hambruna puede heredarse durante generaciones: el fenotipo ahorrador, donde explico las consecuencias genéticas de la devastadora hambruna de siete meses de duración que se produjo en Holanda durante la Segunda Guerra Mundial.
Este mecanismo epigenético es especialmente llamativo en las abejas, porque poseen una estructura genética idéntica y, durante su etapa como larvas, tienen el mismo aspecto.
La mayoría de las larvas reciben como alimentación una mezcla de miel y polen. Las larvas, entonces, se transforman en estériles abejas obreras. Sin embargo, las larvas que son alimentadas con jalea real, acaban convirtiéndose en fértiles abejas reinas. Lo que sucede que es que el puré de miel activa un proceso de metilación que anula ciertos genes responsables del desarrollo y transforma a las larvas en abejas obreras.
Estos mecanismos epigenéticos en los que interviene la alimentación también son evidentes en las ratas en estado de gestación, tal y como puso de manifiesto el biólogo del Centro Médico de la Universidad de Duke Randy Jirtle. Tal y como lo explica Jörg Blech en su libro El destino no está escrito en los genes:
A causa de una enfermedad hereditaria, estos animales sufrían sobrepeso y eran propensos a padecer diabetes y cáncer. Mientras algunas de las roedoras incluidas en el experimento continuaban con su alimentación normal durante la gestación, Jirgle enriqueció la dieta de un grupo de ratas con ácido fólico, vitamina B12, betaína y colina. Cuando nacieron las crías, Jirtle no apreció diferencia alguna entre ellas: todas se parecían. Pasado cierto tiempo, aunque todas las crías eran idénticas genéticamente, pues Jirtle había empleado un método de reproducción selectiva, algunas de ellas comenzaron a engordar, se enfermaban y mostraban un pelaje amarillento. Las diferencias en el aspecto de estos animales se debían únicamente a los suplementos nutricionales, que habían roto el maleficio de los genes.
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