Si os gusta la sal, no podéis dejaros en el tintero (o en el salero) el mayor desierto de sal del mundo, que a la sazón también constituye el mayor espejo natural. El Salar de Uyuni está situado en el altiplano de Bolivia y fue formado a partir de un lago prehistórico de tamaño considerable.
12.000 kilómetros cuadrados posee la superficie de este desierto que se parece a un lugar arcádico situado en el más allá. Alberga 64.000 millones de toneladas de sal. Y la luz del sol sobre la superficie mojada que deja la estación húmeda convierte el suelo en un reflector que hace difícil averiguar donde empieza la tierra y donde, el horizonte; algo así como lo que sucede en un día muy limpio en mitad del océano.
El espejo natural que nos viene a la cabeza siempre que pensamos en un espejo natural es el de la superficie de un estanque, que es donde, por ejemplo, se encaramó Narciso para contemplar su belleza y terminó ahogado. Pero uno no puede andar sobre un estanque, a menos que sea Jesucristo. Esto no sucede en Uyuni, donde la gente camina observando su reflejo en todo momento, como una sombra perfecta (aunque una visión contrapicada de nuestra cara no acostumbra a ser muy favorecedora, sobre todo si hemos cometido demasiados excesos calóricos). Drácula no sentiría nada especial en este lugar, pero sí la bruja de la Bella Durmiente y su obsesión por preguntar acerca de su belleza a los espejos. Alicia, si atravesara este salar, probablemente acabaría en un universo alternativo aún más extraño que el que acogía la sonrisa evanescente del gato de Cheshire.
Si se piensa en espejos naturales, de forma más o menos metafórica también evocamos los espejos humanos: los gemelos univitelinos, que son idénticos entre sí, tan parecidos que incluso en 2009, en Alemania, se levantó la orden de arresto de dos gemelos al no poderse demostrar cuál de los dos fue el autor de un robo de joyas en Berlín dado su extraordinario parecido (ADN incluido); ignorándose para siempre quién de los dos era Jeckyll y quién, Mr. Hyde.
Sin embargo, aunque sea el menos conocido, el espejo natural que origina la sal ligeramente humedecida por una finísima capa de agua no tiene rival. Por ejemplo, supera en 5 veces la reflexión ofrecida por la superficie del océano. Tanto es así que la mayoría de los satélites de imagen que son lanzados al espacio se enfocan en Uyuni para calibrar sus antenas e instrumentos fotográficos, como si fueran bellas durmientes tecnológicas preguntándole al gran espejo quién es la más bella del reino.
La sal que concentra Uyuni tiene unos 120 metros de grosor, así que, a pesar de que más de 40 empresas mineras extraen unas 25.000 toneladas de sal al año (junto a litio, potasio y boro), las reservas no tienen visos de agotarse. Hay salar para rato. Aún tenéis tiempo de dar un paseo por este escenario que parece cubierto de nieve o incluso de circular con un todoterreno, como si éste fuera uno de esos coches llenos de gadgets de James Bond capaces de surcar el mar. Aunque la experiencia más sobrecogedora, sin duda, debe de ser caminar de noche por Uyuni, una noche especialmente limpia que refleje la bóveda celeste en el suelo. Entonces, nos sentiríamos como astronautas pisando las estrellas, una a una, como en un juego infantil.
A diferencia de la sal de mesa, estas sales naturales son un descanso para los hipertensos, pues su nivel de sodio es menor. También se han convertido con los años en un recurso gastronómico de los cocineros más famosos del mundo, ya sea sola o con motas de finas hierbas, pétalos de rosa o cáscara de naranja. Si la extracción se hace de forma manual y se evitan los procesos de lavado industrial, entonces este grano blanco tan anodino se convierte en un aditamiento muy especial: los más sibaritas aseguran que esta sal no cruje sino que se deshace en la boca y potencia mucho más el sabor de los alimentos. Habrá que tenerlo en cuenta la próxima vez que echemos mano de la cajita de sal Maldon.
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