Todas nuestras decisiones operativas en la vida se basan en la discriminación, en atajos, en heurísticas. Si no fuera así, sencillamente no podríamos apenas movernos, no podríamos vivir.
Habida cuenta de que hay una enorme cantidad de información a nuestro alrededor y procesarla requeriría más tiempo que el que disponemos en nuestra propia existencia, nos dejamos llevar por pálpitos, por prejuicios, por inercias emocionales.
Es no es necesariamente malo (permite vivir), lo que resulta preocupante es que usemos atajos equivocados o demasiado superficiales.
Discriminación por exceso de información
Discriminar no debería tener ninguna connotación peyorativa. En sentido estricto, discriminar signifca únicamente que, dado una cantidad demasiado grande de información o de opciones, optamos por un conjunto limitado de ellos.
Son las razones por las que nos conducimos por esa discriminación las que, eventualmente, pueden ser evaluados a nivel moral, epistemológico o incluso a nivel pragmático.
Por ejemplo, el racismo es una discriminación absurda porque se basa en el color de piel, pero el color de piel no nos dice nada, por ejemplo, del genoma de una persona (solo nos está informado de su fenotipo, es decir, de las características externas que son fruto del ambiente).
Pero cada una de las discriminaciones deben someterse a un escrutinio continuo y reevaluarse continuamente en función de los nuevos datos.
Desigualdes como la altura (hay una correlación entre sueldos y altura de los trabajadores, y también entre atractivo y sueldo), la edad (ya empieza a hablarse de edadismo), el estrabismo, la tartamudez, la fealdad (en algunos tribunales ya se ofrecen a actores más guapos para representar a clientes con cicatrices en la cara porque estos reciben porcentualmente penas más altas), los kilos de más (ya se habla de gordofobia), el carácter (los amables, hipócritas y pelotas reciben más dádivas que el resto)…
Tal vez deberíamos guiarnos por un algoritmo que calculara continuamente los rasgos de discriminación de la persona que tenemos delante, como si pudiéramos llevar un dispositivo de cálculo de energía como en Dragon Ball. O tal vez eso se parecería demasiado a un capítulo de Black Mirror. Es algo que debemos debatir, meditar, reflexionar, volver a debatir... y evitar las consignas de brocha gorda del tipo "no hay que disciminar" o "eres un racista".
Podéis ir más allá en esta disertación en esta charla de café que es Baker Cafe:
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