Si echamos un vistazo a las tablas comparativas de un informe de la Comisión de Derechos Humanos Canadiense, por ejemplo, descubriremos que el trabajo de recepcionista recibía un valor por puntos de 320, el mismo que el trabajador de un almacén. Sin embargo, el recepcionista tenía un sueldo anual de 28.000 dólares, y el trabajador de almacén de 33.000 dólares. Hemos de sospechar, entonces, que algo funciona mal. Quizá es que se está valorando más un trabajo masculino y físico como trabajador de almacén que un trabajo más femenino como recepcionista.
Sin embargo, este razonamiento tiene un punto débil. ¿Por qué las mujeres escogen un trabajo peor pagado cuando podrían ganar más siendo trabajadoras de almacén? La respuesta que enseguida viene a la mente es del tipo “es más difícil que el mercado laboral acoja a una mujer como trabajadora de almacén por pura discriminación de género”. Pero tal y como señala el filósofo Joseph Heath en su libro Lucro sucio:
Pero si ésta es la explicación, la forma correcta de combatir el diferencial salarial sería asegurar que las mujeres tengan igual acceso a tales ocupaciones, eliminar la discriminación a la hora de contratar. La manera más fácil de eliminar los guetos es facilitar que la gente salga de ellos. Pero, desde luego, es dudoso que muchas recepcionistas se interesen por trabajar en los almacenes. Una razón es que la gente tiene diferentes tipos de habilidades y gustos, y tiende a buscar un trabajo lo menos pesado posible, dadas sus preferencias. Los trabajadores del almacén y las recepcionistas no salen de las mismas bolsas de trabajo; las vacantes en un área no se llenarán de solicitantes de la otra. Puede haber una docena de solicitantes para cada trabajo vacante como recepcionista, y sólo dos o tres para trabajos en el almacén. Los trabajadores de almacén acaban siendo mejor pagados simplemente porque están en un mercado de trabajo menos competitivo.
Obviamente, la psicología social y la sociología son ciencias muy blandas y deben controlar muchas variables que aún quedan lejos de sus competencias, así que en ningún momento se afirma aquí que lo que sucede realmente en el mundo es lo que expone Josep Heath. Lo que se afirma es que no se puede inferir la presencia de discriminación por el simple hecho de que se retribuya el trabajo de igual dificultad con distintas remuneraciones. Lo que se afirma, en definitiva, es que las cosas no siempre son tan sencillas y básicas como parecen.
Pero lo cierto es que los salarios no solo se establecen en base a la dificultad de un trabajo o la habilidad requerida para llevarlo a cabo, sino también en base a si se requiere más o menos gente para desempeñar el trabajo en cuestión. Precisamente los trabajos esencialmente femeninos adolecen del mismo problema: mucha gente (mujeres) compiten por una oferta limitada de trabajo. Ello devalúa los salarios, independientemente de si existe discriminación por género o no.
De nuevo, si ésa es la situación, entonces no estamos tratando el problema con los mecanismos adecuados:
Desde luego, la limitación de las opciones de carreras profesionales que han tenido históricamente las mujeres es el legado de una discriminación en otros sectores. Las mujeres han hecho tradicionalmente ciertos tipos de trabajo porque se les negaban otras opciones. La solución, en cualquier caso, no es incrementar los salarios del sector femenino: precisamente, eso envía la señal equivocada. Se debe desincentivar a las mujeres a buscar trabajo en campos sobresaturados, no retribuirlas con salarios mayores. Los empleadores a gran escala, como el Gobierno, pueden igualar los salarios en algún grado (lo mismo que las universidades pueden pagar en exceso a los profesores de Filosofía), pero los efectos sobre los incentivos a menudo son perversos.
En la tercera y última parte de esta serie de artículos remataremos la reflexión de Heath.
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