El sueño de cualquier persona que aspire a escalar socialmente es estudiar, en el ámbito de los Estados Unidos, en lo que se ha venido a llamar Ivy League, un grupo de universidades entre las que encontramos Harvard o Yale. El over the top, vaya. A estas universidades acuden las mejores mentes, pero también los bolsillos más pudientes, lo que permite a uno codearse con personas influyentes.
Estudiar en tales universidades, pues, lleva implícito un plus social de la que carecen otras universidades menos prestigiosas y, también, más baratas. Si entramos a valorar la calidad de las clases que se imparten, entonces la Ivy League no destaca tanto. Pero ahora imaginemos que nos fijamos en otra cosa. Imaginemos que somos unos buenos estudiantes que aspiran a aprender mucho: ¿rodearnos de tantos estudiantes excelentes es lo mejor que podemos hacer?
Según un estudio llevado a cabo por Michell Chang, de la Universidad de California, acudir a una universidad llena de mentes brillantes no siempre es bueno para un estudiante. Sobre todo si no destaca frente a los demás. De hecho, según Chang, las probabilidades de que un estudiante termine el curso universitario de ciencias aumentan un 2% cada vez que la media del SAT de la universidad baja 10 puntos (el SAT es algo así como una prueba de acceso a la universidad).
Es decir, que a medida que los estudiantes de un centro son más espabilados, más tonto se puede considerar un estudiante. Y cuanto más tonto se cree un estudiante, más probable es que decida abandonar sus clases de ciencias. Tal y como lo explica Malcolm Gladwell en su libro David y Goliat:
Este es un aspecto crucial que merece la pena dedicarle algo más de tiempo. Chang y sus coautores tomaron una muestra de varios miles de estudiantes universitarios novatos y midieron qué factores jugaban un papel más importante para que el estudiante pudiera acabar abandonando sus estudios de ciencias. ¿El factor más importante? La competencia académica de los estudiantes (…) Curiosamente, si uno se fija en los estudiantes que pertenecen a minorías étnicas, las cifras todavía son más elevadas. Con cada ascenso de 10 puntos en las notas del SAT, las probabilidades de permanencia caen hasta 3 puntos porcentuales.
En otras palabras, según Chang, optar por el prestigio de la Ivy League, por ejemplo, entraña un buen riesgo a cambio de un gran premio… no en vano, los licenciados en tales universidades en los títulos de ciencias o ingeniería obtienen generalmente empleos muy bien remunerados.
No cuesta demasiado imaginar la situación de que, hasta llegar a la universidad, hemos sido los mejores estudiantes de nuestro instituto, siempre obteniendo notables y excelentes, sobresaliendo frente a todos nuestros compañeros, con una gran confianza en nosotros mismos. Sin embargo, el entrar en un mundo donde entran los mejores de otros centros, de repente nuestro ego se reajusta, y en consecuencia la confianza que hemos depositado en nuestras habilidades. De repente, ya no podemos destacar tanto. Ya no sacamos las mejores notas. Otros aprenden más rápido que nosotros. Y si entramos en una espiral de desconfianza, finalmente boicotearemos nuestro propio talento… algo así como lo que le sucede a las mujeres que se someten a pruebas de matemáticas.
A esta forma de contemplar las cosas también le podemos dar la vuelta: en vez de ponernos del lado del estudiante que debe escoger en qué universidad estudiar en función de sus habilidades, ¿en quiénes se deberían fijar los empleadores a la hora de contratar a los mejores? La respuesta también resulta poco intuitiva, pero la analizaremos en la próxima entrega de este artículo.
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