El problema de prohibir sustancias para que la gente no se “coloque” con ellas es que siempre hay sustancias o actividades susceptibles de “colocarnos”. Estamos rodeados de alternativas. Y no me refiero al Prozac en jarabe para niños (que lo hay). Ni tampoco hablo de esnifar pegamento. Por ejemplo, la nueva droga que causaba hace poco furor entre la juventud francesa consiste en asfixiarse con un pañuelo apretando el cuello: la falta de oxígeno consigue buenos “viajes”.
No pueden criminalizar todas las cosas del mundo por miedo a que nos coloquemos con ellas. Hasta te coloca no consumir nada en absoluto. Se llama ayuno, y a lo largo de la historia ha sido el responsable de muchas visiones místicas.
Pero no quiero entrar en las procelosas aguas del prohibicionismo o este artículo se alargaría demasiado. Así que centrémonos en la marihuana.
Desde hace unos años, ya puede adquirirse en máquinas expendedoras de Los Ángeles, California, con la misma facilidad que se compra un refresco. Eso sí, previa receta médica. El Gobierno de Estados Unidos no reconoce ningún uso legal de la marihuana, prohibida oficialmente en el país de acuerdo a la Ley de Sustancias Controladas de 1970. Pero 11 estados de EE UU ya permiten el uso medicinal de la marihuana, principalmente para rebajar el dolor de numerosas enfermedades.
Ahora, Australia, también persigue que se reconozca la marihuana como ingrediente saludable en las cocinas.
Como ha señalado Andrew Katelaris, el impulsor de la iniciativa para legalizar su uso en la cocina, en Estados Unidos, Canadá, los países de la Unión Europea, entre ellos España, se producen alimentos a base de la semilla de cáñamo (cannabis sativa), como barras de cereales, harinas, aceites y quesos vegetarianos, pero en Australia este producto “está estigmatizado”.
Katelaris, investigador médico, apuntó que las semillas tienen, a diferencia de las flores, las hojas y los tallos, baja concentración de Delta-9 tetrahidrocannabinol (THC), la sustancia psicoactiva del cannabis. Por el contrario, tiene proteínas, grasas poliinsaturadas, como el Omega 3 o vitaminas, como la E.
Vía | La Vanguardia
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